Somos menos inteligentes que hace 200 años

Investigaciones realizadas en universidades europeas, entre ellas la Universidad sueca de Umea, la Universidad de Ámsterdam y la Universidad irlandesa de College Cork, muestran que en
comparación con los hombres y mujeres de la época victoriana los descendientes en la actualidad hemos perdido 14 puntos de coeficiente intelectual, durante estos casi 200 años. Michael Woodley, investigador de la Universidad de Umea y director del estudio publicado en la revista Intelligence, explicó al diario británico The Telegraph, que “las personas más inteligentes tienen ahora menos hijos que en décadas anteriores, mientras que las personas con genes menos favorables tienen más”. Nijenhuis y sus colegas han analizado los resultados de 16 estudios de inteligencia elaborados entre los años 1884 y 2004, incluido uno elaborado por el antropólogo y sobrino de Charles Darwin Sir Francis Galton, los cuales medían el tiempo de reacción a un estímulo visual -es decir, lo que se tarda en apretar un botón desde que se observa una señal-, una capacidad que refleja la velocidad de procesamiento mental de una persona y por tanto es considerada un indicador de la inteligencia en general. Asimismo, la investigación ha encontrado que la velocidad de reflejos (reacción a estímulos visuales), considerada como una capacidad intelectual, se ha reducido notablemente en comparación con la época victoriana, conocida como la era de máximo esplendor en el Reino Unido, marcada por destacadas científicas, inventivas y artísticas. "Estos resultados indican claramente que (en cuanto a la inteligencia), los victorianos eran sustancialmente más inteligentes que las poblaciones occidentales modernas", así han concluido los científicos. Jan te Nijehuis, profesor de la Universidad de Amsterdam y coautor de la investigación, señala como causa el hecho de que las mujeres de elevada inteligencia tienden a tener menos niños que las mujeres de un cociente más bajo, una relación demostrada en otros estudios.
 Los estudios parecen contradecir al llamado efecto Flynn, según el cual el cociente intelectual de la población ha tendido a aumentar cada año desde la Segunda Guerra Mundial. El efecto Flynn es la subida continua, año por año, de las puntuaciones de cociente intelectual, un efecto visto en la mayor parte del mundo, aunque con unas tasas de crecimiento que varían considerablemente, que varía de los tres puntos de CI por década en los Estados Unidos a los 10 puntos en Kenya. Fue llamado así por Richard Herrnstein y Charles Murray en su libro The Bell Curve para hacer referencia al investigador político neozelandés James R. Flynn, que fue quien dedicó el mayor interés al fenómeno y lo documentó para todas las culturas. Estableció también que no aumenta toda la inteligencia de igual forma. En concreto, de esos tres puntos de CI, dos y medio se deben a Gf (inteligencia fluida) y solamente medio punto se debe a Gc (inteligencia cristalizada). Entre las explicaciones que se han dado a este fenómeno podemos encontrar una mejor nutrición, una tendencia hacia familias más pequeñas, una mejor educación, un descenso en la contaminación, una mayor complejidad en el ambiente y la heterosis (Mingroni, 2004). Aunque hay autores que afirman que los elementos más relevantes que explican el fenómeno son las influencias médicas y las nutricionales. Otro estudio que va del lado opuesto al de Woodley, apoya al efecto Flynn y que fue dirigido por Satoshi Kanazawa, psicólogo de la Escuela de Economía y Ciencias Políticas, igualmente en el Reino Unido, quien encontró que el deseo de la mujer de tener hijos disminuye un 25% por cada 15 puntos de C.I. adicionales, según consigna Dailymail. Cuando Kanazawa, que utilizó datos del Estudio Nacional de Desarrollo Infantil del Reino Unido, añadió factores económicos y de educación, el resultado siguió siendo el mismo: la mujer más inteligente es menos probable que quiera tener hijos.
 Si bien, el efecto tiene su lado real, no representa al grueso de la población mundial, el cual no tiene acceso a los servicios básicos, las estadísticas lo demuestran, proporcionado por el Banco Mundial:

-Más de 1.000 millones de personas viven actualmente en la pobreza extrema (menos de un dólar al día); el 70% son mujeres.
-Más de 1.800 millones de seres humanos no tienen acceso a agua potable.
-1.000 millones carecen de vivienda estimable.
-940 millones de personas malnutridas.
-500 millones son niños menores de cinco años.

Irónicamente podemos observar una realidad que nos parecería irracional, las personas que se encuentran en situación de baja estabilidad económica son las que tienen. "Las madres más pobres y con menor nivel educativo viven la maternidad como el único proyecto de vida y encuentran en el hijo un reconocimiento social", señaló la especialista Gisell Rerp. Una señal de que las políticas sociales están fallando es que las mujeres pobres empiezan a concebir a temprana edad". Cuanto más pobre es un país mayor es su tasa de fecundidad, esto es, mayor es el número de hijos que tiene cada mujer a lo largo de su vida. En Níger cada mujer tuvo en 2009, en promedio, 6’07 hijos y en Corea del Sur, 1’22. Son los extremos, y aunque ni uno ni el otro son, respectivamente, el país más pobre y el más rico del mundo, cada uno de ellos se encuentra cerca de uno de esos extremos. En un estudio publicado este año por David W. Lawson y Ruth Mace en la revista Human Nature, referencia: “Optimizing Modern Family Size: Trade-offs between Fertility and the Economic Costs of Reproduction”, se señala que las madres que crían grandes familias encuentran mayores dificultades para satisfacer sus necesidades.

La educación no es el único factor que explica el desarrollo de las sociedades. Así, se acepta que el mayor desarrollo de las naciones esta asociado, entre otros, al capital financiero acumulado y disponible, a las innovaciones tecnológicas y al mayor nivel de educación y de organización de sus ciudadanos. Por lo tanto, se concibe que el nivel educativo de la población y el desarrollo de una nación se retroalimentan mutuamente y ascienden de manera paralela con el transcurrir del tiempo.