“Necesito mi espacio”, “me tiene cansada(o)”, “ya no se comporta como cuando éramos novios”, son algunas de las frases más escuchadas por los especialistas
en terapia de pareja al atender a personas con crisis matrimonial. La convivencia cotidiana, el cuidado y crianza de los hijos, peleas constantes, reproches mutuos, semanas sin acercamientos sexuales ni tiempo para sí mismo(a), sumado a la falta de comunicación, son algunos elementos que –de acuerdo con los expertos– van generando que las relaciones de pareja (en particular cuando viven juntos) se “vuelvan monótonas”.
En años recientes, muchas personas han optado por una opción alternativa para evitar, en la medida de lo posible, las crisis ocasionadas por vivir bajo el mismo techo. Se trata de una tendencia conocida como “Viviendo juntos, pero separados” o Living Apart Together (LAT), que consiste en mantener una relación monógama, seria y estable –con todo lo que conlleva–, pero sin compartir domicilio.
Se trata de una manera de evitar la rutina y mantener cierta “individualidad e independencia” que en muchas ocasiones no se da (o no se sabe cómo alcanzar) en la convivencia diaria.
Esto no significa renunciar a la fidelidad ni a compartir la vida con otra persona. No se trata de encuentros casuales, son personas que se aman, mantienen relaciones estables –algunos casados y con hijos en común, y en otras ocasiones divorciados que lo intentan de nuevo–, basadas en la confianza y la sinceridad. Comparten intereses comunes, vacaciones, actividades, vida familiar y educación de los hijos, pero mantienen su vida personal, eligen no estar con su compañero(a) cuando no lo desean y separan gastos.
En Inglaterra se reportan 2.2 millones de personas bajo este esquema, en Estados Unidos son 1.7 millones y 8 por ciento de la población adulta de Canadá, lugares donde tiene avances. Ana y Roberto, ella abogada de 44 años y él músico de 47, se conocieron hace casi dos décadas y el flechazo fue tal que en menos de 12 meses compartían el mismo techo. Años después nació su hijo –hoy de 12 años– y contrajeron matrimonio. Lejos de lograr estabilidad vino una ruptura. “La relación se tendió monótona y aburrida. La convivencia diaria, atender al niño, dejar que la vida fuera pasando y hacer las cosas por obligación se convirtieron en una tortura”. El divorcio era inminente, pero acudieron a terapia de pareja. Después de varias sesiones, la especialista les propuso una opción: “Vivir separados, pero manteniendo la relación”. En principio la idea no emocionó a Ana: creía que sería el pretexto ideal para que Roberto “se acostara con otras”. Aún así acordaron intentarlo y siete años después de la crisis su relación “se encendió otra vez”. Hoy siguen siendo una familia. “Estar cada quien en su casa es mantener cierta autonomía que muchas veces no somos capaces de respetar viviendo juntos.” Este es un caso de éxito que va teniendo auge en el mundo. Es obvio que no salva todos los matrimonios, si no sirve ya no hay nada que hacer, pero si existe la posibilidad de una reparación, ésta es una buena opción.
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