Robo célebre a la corona inglesa

A principios de 1671, Blood ideó un plan para robar las joyas de la corona inglesa, se disfrazó de sacerdote y con la complicidad de una mujer que se hizo pasar por su esposa, fueron a visitar las joyas en la Torre de Londres. Las joyas, ubicadas en los subterráneos del citado edificio, se podían visitar pagando al guardián encargado de velar por las mismas, en este caso un hombre de 77 años llamado Talbot Edwards. Justo en el momento en que estaban visitando las joyas, a la supuesta mujer del sacerdote le dio un fuerte dolor. El guardián, alertado, atendió a la mujer, la cual fue invitada por la esposa de Edwards a reposar en sus aposentos que se encontraban en el piso superior. La pareja de pillos, una vez "recompuesta" la mujer, agradeció el trato a los Edward y se fueron. En los días siguientes, Blood volvió a visitar a los Edward y entregó a la mujer del guardián cuatro pares de guantes blancos en agradecimiento a la ayuda prestada a su "esposa". Las visitas de cortesía se sucedieron en el tiempo y ello provocó que los guardianes adquirieran confianza. Esa noche, el coronel Thomas Blood y dos cómplices entraron en la Casa de las Joyas de la Torre de Londres, ataron al guardián, y cuando trató de defenderse lo apuñalaron. Y hubieran escapado con la corona, el cetro y el orbe, si el hijo del guardia no hubiera entrado inesperadamente y disparado la alarma. Y lo increíble de la historia: Blood fue llevado a Palacio e interrogado por el Rey. ‘¿Qué tal si le perdonara la vida?’, le preguntó Carlos II, y el ladrón respondió con mucha seriedad: ‘Me empeñaría en merecerla, señor’. Y nadie se explica por qué, contra la opinión de sus consejeros y de toda la Familia Real, el Rey no solo le concedió el perdón, sino que le otorgó una renta anual de 500 libras esterlinas (entonces una fortuna), y el derecho a ser recibido en la Corte cuando se le antojara.

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